Aclaro 1: el viaje en bondi sólo puede analizar imágenes en movimiento, señalar con el dedo lo que percibimos como verdad.
Aclaro 2: este artículo se escribió exclusivamente en viajes en bondi, solo así el compromiso puede ser verdadero (y hacerlo con mi celular muestra que un escritor efectivamente pasa un “riesgo”).
Imagen uno (La familia): son las ocho de la mañana. El primer niño que veo no está de malhumor en el trayecto, de hecho, está super curioso y atento a no caerse. Le pide a su papá que le de la mano.
Supongo que su forma de ver el viaje es una aventura, no hay tiempo de menos, no existe llegar justo para usar el celular. Viven el viaje como una experiencia en sí misma (como vos a los 16, que sos primerizo y te aplauden para votar).
Se vuelve más interesante cuando miro arriba: los responsables. Los miran y son parte del circo del bebé, que se desdobla en todas las cartas posibles del ser mirado: te sonrío porque soy un gran padre y me constato que tengo paciencia mientras lloras, y respondo a las preguntas más inútiles porque te amo, pero sólo me atraso con ternura en mis quehaceres.
Pero hay chicos que se portan mal. Y hay papás que sólo tienen una cara de impaciencia; imágenes que deberían ser quemadas.
Imagen dos (Los indiecitos): el bondi a las dos de la tarde de pronto se llena de estos chinitos, nenas y nenes con guardapolvo y escarapela, que están formados y sentados uno al lado del otro en la primera parte del bondi, y los escucho cantar el himno porque la navegación de metrobús es nuestro logro más ardiente.
Imagen tres (La cheta): Son las seis y media de la tarde. Estoy cansada. Miro alrededor y en el colectivo las caras cansadas se traducen en infelicidad, pero sólo en el bondi, porque mientras más cansado, más ocupado, más funcional y más entretenido. El agotamiento, la clave del éxito: no hay otra cosa que pueda medir cómo me va, más que mi atado de pucho y pocas horas de sueño. Contenta con mi porvenir, llega una chica y me miro a mí misma como un reflejo: ahora no estoy cansada con éxito, sólo estoy sucia. Ella con sus bermudas y tu camisa de lino y sandalias y anteojos adentro del colectivo, me molesto por ponerme mis horribles jeans gastados, por la transpiración que recorre el asiento y por este juego de binomios donde siempre estoy en el opuesto de lo que quisiera ser.
Hay una serpiente que merodea en mi cerebro y es un zumbido más, ¿por qué no me compré otros auris?
Pero de pronto ella se baja y la canción cambia y en mí sólo queda la experiencia de una chica que es un ángel, pero aún así por su cara de mierda me hace sentir que soy el enemigo.
Me distraigo, me despego la remera por la humedad, y de mis tetas sale volando una mosca.
Imagen cuatro (La nena violada): son las diez de la noche. Me preocupo porque hay una chiquita negrita sentada en el primer asiento, pero ahora no está formando para ningún himno, no tiene escarapela, no tiene guardapolvo blanco. De hecho, no tiene remera. Está en corpiño. Me preocupo porque es de noche y se le marcan los pezones a una nena, me indigno porque me imagino cada hombre que la mira pero yo tampoco puedo parar de mirarla.
De paso, me enojo con todas las chiquitas que quieren que su cuerpo no sea otra cosa que aceptación y belleza, como quiero yo, pero ya con un poco más de experiencia y un dejo de vagancia.
La chiquita se viste y se va.
Imagen cinco (Motor fundido): es de noche, hay mucho tráfico, escucho música, rápidamente me abstraigo. El viaje supone pensar sin acción, aquí las vueltas sí son válidas, son tan válidas que ahora hay un semáforo, entonces se detiene el recorrido, y sigo pensando. Pero las calles están cortadas y la meditación en mi cabeza es más profunda y el viaje es más lento. Mis viajes en bondi se multiplican y los piqueteros retrasan el recorrido… no me deja otra opción que sentarme, esperar…
El recorrido se termina. Soy un gato callejero con chaleco y sube.
Imagen seis (Yo, la nena violada): son las siete de la mañana y sigo sin poder dormirme. Tengo el cuerpo pegado a un asiento negro de cuero, la fila de atrás se vuelve mi cama, miro la resolana del amanecer que se traspasa por las cortinas.
Por primera vez me da curiosidad morirme, debuto en mi consideración, encerrada en el viaje intento dormir, pero se me vienen todos los pensamientos juntos, intento pararlos y no puedo; soy como un niño que recién empieza a leer, con los ojos agobiados por traducir todo lo que se cruza en la calle.
Imagen siete (adecuación a un placer desconectado): me convierto en un devil empresario: tomo el problema y para resolver me doy eso que nunca va a calmar el espíritu, eso que necesita de otras mil cosas para poder soportar la experiencia: más estímulo, pago otro viaje.
Imagen última (el fin de siempre): como y vuelvo a casa, miro por la ventana aquello que pasa y de pronto puedo tocarlo con el dedo y pasar de una escena a otra sobre todas historias que no son mías,
¿Cuánto pagué por esto que ahora no me deja bajarme?
EMEPORDOS. Gracias Luli por ser siempre la primera en leer.
Buenísimo
Luli dice que siempre ama todo lo que haga Martu Mindel