La literatura es más justa si no se salva ninguno. Eso tiene que ver con la democratización dentro del texto y la ampliación de las voces ¿Cuál es la productividad de representar otras voces? ¿Bajo qué voz se puede democratizar la envidia del pobre?
Sí, hay infiernos más oscuros que otros. Hay buenos verdugos dentro de la literatura (y nuestro rey, Roberto Arlt). Pero, sería un inconveniente si al final ser verdugo, un reaccionario, sólo se tradujera en hablar indiscriminadamente mal de todo el mundo incluidos tus padres, con una postura anarcocapitalista, quejarse de los amigos y hacer ver como un misterio cualquier aventura del conurbano.
Estamos acostumbrados a tener como indicador del infierno (y de manera más clara: como indicador de pobreza, violencia…) la historia de una vida privada. Voy de nuevo, la información se traspasa con nombre y apellido (por supuesto que de manera momentánea y de ello sólo quedan unas lágrimas). Es necesario poder narrar algo más que la experiencia como vía de transmisión de la historia, mostrar más que la inseguridad con experiencia ajena. Video de notero que entrevista a mujer hasta que llora porque no llega a fin de mes.
E incluso, dando la vuelta entera, una historia personal funciona como incitador al odio. El arquetipo es perfecto.
Más allá de eso, cada vez que escribo estoy al tanto de la contradicción porque luchar entre palabras es tan inútil como cualquier intento desinformado. Doy otro paso más dentro del infierno. Sí, me parece que deberíamos desglosar el nosotros que construimos.
“Dicen” que Cortázar escribía en tercera persona, pero en una tercera que se parece a una primera (lo que vendría a generar una cercanía). En mi caso, obviando que no-soy-Cortázar.mp3, no sólo escribo en primera sino que hay un alto grado de biografía. A pesar de los little facts, por supuesto que esta no soy yo. Principalmente porque estamos constituidos por pensamientos contradictorios, y porque soy bastante mentirosa. Mi pensamiento neurótico es contrario al del artista, que hace hace hace. Luca Prodan dijo estar arriba del escenario le sale bien, que lo puede hacer porque no tiene –como otros– todos esos traumas de la infancia. Está ahí porque le queda bien y ya. Y así le fue bien, dice.
Me levanto temprano, pienso, leo. Confundo el dolor de cabeza con cansancio. Tal vez estoy traumada con el acto del hacer porque mi lenguaje es el cotilleo por naturaleza (sería la actividad comunicativa centrada en las mujeres y de máxima amplitud temática). Es insoportable: miro en todos lados. Yo creo que por eso después soy más infeliz.
Tengan paciencia, me queda bastante para decir.
Mientras para la facultad leía textos algo incodificables, mi compañera de estudio (“tía”, la acuñé en 2023) me dijo que todo esto que leíamos pertenece a la caja de herramientas de la infelicidad. Qué digo, lo del ignorante-feliz ya lo sabemos. Pero después de reírnos, seguimos leyendo y tomando vino.
Hace unos meses hice un seminario donde aprendí sobre cómo escribir guiones de Hollywood. No sé qué supone escribir bien pero esperaría que eventualmente haya un consenso establecido sobre que sí, para poder hacerlo tranquila. Y si me pagan, mejor.
No sé en qué lugar podría inscribir mi escritura. Sí diferencio muy rápido dos formas de escribir. O produciendo conocimiento y citando, o atravesando el sentimiento. Mezclar las dos cosas encabeza lo sublime del ser humano porque vuelve al arte, ese conocer el mundo, ese encuentro con dios, a la vez entretenimiento y dolor y algo justificable en lo productivo. Pero también, hay que saber encontrar el punto exacto.
Por un lado, me gustan las malas interpretaciones de cualquier tipo de arte en general, hechas por personas en particular. Por ejemplo: escucho una canción de Moderat. Es la típica canción de música electrónica que da una ola de esperanza, es fácil de representar esto porque se trata de una sensación que se escucha. Para sentirlo no tengo mucho más contexto que tres productores de renombre juntándose en los 2000’s a sacar un álbum. Y de este álbum sale lo que escucho, un sentimiento me abruma, el que ilumina el atardecer y le da luz a las cosas. Aparece “Dios”, la breve luz en la cara. Esperanza. En cuanto recuerdo su nombre me sale una sonrisa, la canción se llama A new error. Escribo –y no pienso del todo– que tal vez los mismos errores son lo que nos tengan que dar esperanza en vez de la victoria. En la praxis es algo imposible, por supuesto, en un mundo que nos tumba y nos lleva tan fácil a la cama.
Esa contradicción se la cedemos al arte. El error, la imposibilidad, junto con la esperanza.
Nombré esta canción, pero hay tanto que da vida, Born Slippy de Underworld y según el gusto, aprovechar el aleatorio inteligente; que Spotify haga su trabajo. De todos modos, me parece que eso es un estado y predisposición de cada alma. Gusto. Esos ejemplos son los que a mí me hacen palpitar las carnitas*, entiendo que a otros les puede aburrir enormemente, porque la electrónica sólo es buena para bailar.
Vamos hacia el otro lado, cae el atardecer, la noche perpetua. Porque cuando hablo del punto exacto, muchas obras tienen un encuentro que no vemos. No todo es una nebulosa, y por más entusiasmo sentimental, la investigación, el acto más noble. Investigar no requiere aprobación de los que quieren hacer. No necesita claves del éxito para entretener y sostenerse en el mercado (al menos, no debería).
Respecto del primero punto, quien mira se vuelve dueño de lo que ve. El arte es criticable como que está al alcance de la mano, y:
En el mejor de los casos, pensamos en voz del artista, y, en el mejor de los casos, pensamos sobre todas esas cosas en las que no ha pensado jamás.
Los espectadores se vuelven verdugos de los artistas, el arte pasa a tener funciones que no puede cumplir, le relegan tareas que son de Dios. O en todo caso de la política. Y asimismo, la Política enunciada con P mayúscula, también se parece a Dios.
Tal vez sea productivo para alguna institución que su obra (o que su artista) se ubique entre el error y el gran arte, en la polémica y el lugar incómodo. La crítica masiva no suele ser en base al punto exacto.
Pero quiero dejar algo en claro: el espectador debe desafiar el arte, debe dialogar con él.
Ahora sí, esperen. Ya termino.
La obra es en parte olvidable. Pero reúne el espíritu del artista y la reacción humana. El humano puede evocar en su mente el recuerdo de una obra, “una imagen tan viva como muerta, en un instante parecido a la pintura”**. De la obra necesariamente nace algún sentimiento. Desde su creación, la obra tiende a ser un poco más universal que la expresión de la lágrima, que el arquetipo del odio, que el vecino heroico que mañana ya es olvidado en los medios. Sin embargo, tanto la obra como el humano, tiene el poder de identificación. Eso sí es interesante.
Ustedes de algún modo mientras me leen y coinciden o no con lo que digo son mis lectores sumisos o mis lectores distraídos, pero lectores al fin. Acá nos maltratamos a pensamientos que a uno le pasan volando y otros le entran como tortura.
Para terminar, al igual que cualquiera que emprenda, soporto que no les gusten mis cosas. La negatividad me parece bien, yo soy mucho de eso. Hasta encuentro la belleza, la simpleza más negativa, la profundidad más falsa. ¿Y qué voy a hacer? Podré escribir, aunque sea, un Dos Corazones.
Notas:
*El término “palpitar las carnitas” lo saqué de Luna de Miguel, en un ensayo donde ficcionaliza e imagina diferentes lectores actuales, donde recupera grandes lecturas de la historia.
**Segunda Época N5, Maruki Nowacki, Vértices: “Un animal aparece en medio de la ruta, lo enceguece la luz. Una fracción de segundo decidirá por él. Tan vivo como muerto en un instante. Tan parecido a la pintura”.
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Acá Martina! Me despido —adopté esta costumbre en un intento tímido de permorfer coqueta— con una foto (muy hermosa) por @loquenosalenlafoto