Comencé mi lectura de Gordo, el primer cuento de ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor? (1976) en el horario del té. Comía un alfajor blanco glaseado con dulce de leche y café. El malestar era inminente.
“Creo que empezaremos con una ensalada césar, dice. Y luego una sopa y más pan y mantequilla, si hace el favor. Tomaré las chuletas de cordero, creo, dijo. Y patatas asadas con nata agria. Luego veremos el postre. Muchas gracias, dice, y me devuelve la carta.” Un hombre come en un restaurante, y para aumentarlo en el espacio, lo ubica en una mesa con dos o tres o más personas. Podría estar acompañado, pero, apuesto que está tan sólo como un plural que agranda su espacio.
Carver lo inscribe en el consumo más obsceno. La experiencia deja un malestar que me hace partícipe del festín: una mesera lo atiende, y por detrás de ella, en la cocina, todos observan y comentan, aunque asimismo, trabajan para él.
Eso que parece comida es un objeto: Carver hace más indigno el comportamiento del cliente. Tan solo tomo el gesto.
Hace dos años trabajé en una Instalación de Olivia Saal y Cynthia Cohen, una experiencia conjunta entre arte pop y pastelería. La performance era en el Museo Fernandez Blanco, la bienvenida con una escalinata blanca y la proyección de un primer plano de una mujer comiendo. Título: ASMR, el objeto, la misma torta que había físicamente, la que yo tenía que cortar y servir, una y otra vez.
Debía alcanzar perfectamente durante las ocho horas de jornada, en me cuánto daban el OKAY, empezaba a repartirse y el Museo se convertía en el STACKER DAY con largas filas para recibir un pedazo.
El video de la entrada dialoga con una propaganda de Burger King, empresa que sería anunciante del SuperBowl de 1982, con un anuncio de Warhol comiendo una Whooper. El vídeo muestra al artista sentado en un escritorio, abriendo una bolsa, sacando una hamburguesa. La come. Luego, hay una serie de videos cuyos actores son personas con “discapacidad intelectual” que usan lenguaje de señas y comen hamburguesa. Las últimas fotos son de la nueva performance (link al final del video).
Debajo del video habían más personas comiendo. En frente de ellas, Jesús crucificado.
Mientras sirvo torta, me van siguiendo los movimientos con la mirada. Mi preocupación, que no se rompa. “Está delicioso, no puedo parar”, me dice una señora, quien hace de nuevo la fila, me dice gracias, sonríe. Tendrá 70 años.
Carver bien puede hacerlo de otro modo:
-Huelan esto -dijo el pastelero, partiendo una hogaza de pan negro-. Es un pan pesado, pero sabroso.
Lo olieron y luego él se lo dio a probar. Tenía sabor a miel y a grano grueso. Le escucharon. Comieron lo que pudieron. Se comieron todo el pan negro. Parecía de día a la luz de los tubos fluorescentes. Hablaron hasta que el amanecer arrojó una luz pálida a por las altas ventanas, y ni se les ocurría marcharse.
Este es otro cuento, Parece una tontería, publicado en Catedral (1983), de un niño que cumple años. Su madre le compra un pastel de chocolate -que nunca llega a probar porque ese mismo día lo pisa un auto- y debe pasar los siguientes días en un hospital. En este fragmento que les comparto, el escritor leuda, agranda, el gusto por las harinas junto con la palidez del amanecer, la soledad de la muerte de un hijo; y un pastelero, que hace bollos por la madrugada, la primera persona con la que logran hablar, y compartir sus angustias.
En Gordo, el primer cuento, la mesera que lo atiende repara en él de un modo especial: sus cachetes se sonrojan. “Y qué más pregunta el interlocutor?”, ¿qué más?- insiste, porque luego de eso, luego del interés, luego de las preguntas de cortesía, de hacer trabajos y trabajos que en el fondo no son nada, a pesar de las sonrisas y los comentarios por lo bajo, hay jerarquías que no se tocan y cuerpos que no se mezclan. Intuyo que algo va a cambiar, comenta hacia el final el personaje principal.
Toda la violencia y transgresión autorizada por los empleados del restaurante, reaparece en el cuerpo de la mesera, que no soporta tener sexo con su pareja al final del cuento. Con el pasar de las horas, el desborde de la crema se despliega en la mesa.
La típica economía de recursos del cuento norteamericano -decir mucho con pocas palabras- funciona como un golpe efectivo en la vida del lector. El golpe se refuerza con la metáfora incorporada como lema de vida “time is money”.
Warhol, respecto al video de las hamburguesas, luego dijo "lo bueno de este país, es que América comenzó una tradición donde los consumidores más ricos compran, esencialmente, las mismas cosas que los más pobres".
Oli Café es uno de los cafés mas aclamados y codiciados de Palermo. Olivia Saal, quien se destaca en la pastelería, a pesar de su expertice, dice que su cocina es un menú con platos sencillos, abierta al público con un ventanal transparente y la búsqueda de la calidez de un hogar.
Sin embargo, no hay equivalente: en la sociedad americana comen todos lo mismo. Las dos artistas logran un efecto muy similar con largas filas y el video como guía, recuerda que la comida está presente como tentación. A cada torta le corresponde un plato descartable color marrón, una servilleta y un tenedor. Los tachos de basura desbordan de ellos. Quiero agregar que el diálogo con la sociedad americana está plasmado ahí mismo, aunque no creo que la performance termine con el comportamiento de quienes acceden al Museo (vagamente, amigos, conocidos, y por supuesto, los que ya accederíamos pagando a Oli café). Me divierte encontrarnos ahí, consumiendo sin parar tik tok y flat white.
Carver relaciona a la comida con quienes acceden a ella. Tenemos primero a Gordo, objetivamente más rico, quién va a cenar, y a su mesera, que lo atiende. Ahí, la comida está llena de intermediarios y cocineros que no quieren trabajar. Todas las relaciones en ese cuento -al igual que la comida- son oscuras. Los personajes no se entienden.
En el segundo cuento, Parece una tontería, las diferencias de clase aparecen desde el Hospital, cuando los dos niños que se atienden- provenientes de diferentes familias e internados por razones muy diferentes- mueren por igual. El pastelero obviamente tiene menos dinero que los dos, al que le pagan para tener su servicio. Esa simpleza del hombre, al igual que su trabajo manual con su comida, nos lleva a la última conversación del cuento. Por supuesto que es desolador. Les enseña sobre la soledad, y tal vez, era lo que los Padres necesitaban escuchar tras la muerte de un hijo y una torta de chocolate olvidada.
De la misma manera, en Oli café parecería mantenerse el reflejo de la intimidad en un equipo exendido: “…esto me lo comería en casa cada día. Pero por supuesto, preparado con toda la profesionalidad y el sabor del mundo”
El trabajo fue una experiencia hermosa. Les agradezco a las ambas por la invitación.
“Como segunda instancia, la « torta inalcanzable » .
Cómo deseamos?
Deseamos cuando comemos?
Lo inalcanzable se vuelve alcanzable y disfrutable.
En la última instancia de la obra. En donde en una mesa rodeada de personajes barrocos, yacen a modo de reproducción de ícono, todas las Selvas… esto sí se puede comer… y es super húmeda”.
Muy bueno !!!